Era una fría nochebuena de invierno, había salido de trabajar y me dirigía a mi solitario apartamento en el centro de Madrid, caminaba despacio, en contra del río de gente que se encaminaba ya rápidamente a sus casas, para disfrutar con sus familias de el consumismo y los regalos que las fiestas navideñas representaban, absorta en mis pensamientos no caí en la cuenta de donde me dirigían mis pies, de repente me encontré en la Plaza Mayor de esta gran ciudad, esa plaza a la que antaño, solía acercarme a hacer, como toda esa gente, las ultimas compras con mi familia antes de que las tiendas cerraran por vacaciones, y, que ahora se estaba quedando vacía con una rapidez alucinante, sin prestar mucha atención a lo que ocurría a mi alrededor, me detuve en el centro de esta, a la vez que dirigí mi mirada hacia el cielo, donde brillaba una radiante, preciosa y solitaria luna llena, tan solitaria como mi vida en ese instante, me quede unos minutos embobada allí, mientras las luces de las tiendas y bares se rendían y daban paso a los a los reyes de la noche, los proscritos, a esa gente abandonada por la sociedad, sin trabajo al que acudir y sin techo donde cobijarse. Curiosamente me fije en una familia que acababa de aparecer por una de las puertas que daban paso a la plaza, en total cuatro personas, una mujer de mediana edad, una adolescente de unos dieciséis años y dos niños mas pequeños de unos siete años de edad aproximadamente, entre todos llevaban un gran bidón metálico, con una famosa marca de gasolina escrita en un lateral, lleno de periódicos y basura, instalaron su inesperado dormitorio de aquella noche en una de las esquinas de la calle, resguardados del viento y de la vista de la mayoría de la gente, y, a continuación, se sentaron alrededor del bidón como si de una gran mesa repleta de comida se tratase, mientras, la que parecía ser la madre, intentaba encender el fuego, yo, aun desde el centro de la plaza, observaba la escena con curiosidad, una curiosidad que se transformo en asombro, al ver que la joven adolescente se levantaba y me devolvía la mirada con descaro, su ropa sucia y rota demostraba lo duro que era vivir en la calle, era una muchacha muy guapa, delgada y no mucho mas baja que yo, sus ojos grises hacían juego con el asfalto que todas las noches la servia de cama, y su morena y sucia tez mostraba una sonrisa tan calida como el sol que la despertaba cada día, mi asombro creció aun mas cuando vi, que se acercaba a mi con paso lento pero decidido, sin miedo, se paro a mas o menos un metro de distancia cuando levanto la vista, y, sosteniendo una mirada tranquilizadora, mientras hacia un gesto de invitación con la mano señalando a su familia, me pregunto con una voz femenina y muy agradable que demostraba confianza y hospitalidad…
- ¿nos acompañas?
bueno esta historieta la escribí hace muchísimo y la presente a un concurso que obviamente no gané pero aquí queda para mis queridos lectores haber si os gusta XDXD besos